lunes, 14 de marzo de 2011

velocidad...

A diferencia de otras ciudades, Buenos Aires es sólo tiempo.
Rápido, rápido, rápido, igual llego tarde a todos lados, porque estoy cerca y entonces me confío. No tengo en cuenta el afuera, ni mis coterráneos, aunque de vez en cuando veo a alguien caminando demasiado lento... y sonrío.
Buenos Aires me ha marcado por encima y por debajo de la piel... Me ha puesto un tornillo en la nariz para que tenga otro orificio para respirar y no me quede sin aire en el camino. Otro tornillo en la oreja para que pueda bloquear los ultrasonidos de la urbe y no me distraiga al caminar. Otro más, en el ombligo, que actúa como un localizador y no deja que nunca pierda el centro. Me ha tatuado en la cintura una encantadora de sueños y su acompañante para que nunca pierda la esperanza y no me sienta sola (aunque solo sea una fantasía); una lluvia de otoños en la espalda, el pasado detrás y un lugar dónde volver... y me dio 18 mariposas en la pierna, que me arrastran, laten, chillan y nunca se ponen de acuerdo hacia dónde ir.
Buenos Aires corre. Pero no me atropeya, aún.
Mi problema con la velocidad es que no va de la mano con la soledad. Me apabulla por momentos y no encuentro rincones para tejer. No me importa correr, me importa tener un lugar dónde llegar...